Cuando más tranquilo estaba, los demonios enviados desde el inframundo surgieron para llevarme con ellos, arrebatarme la felicidad parecía su consigna y aparentemente no tenía escapatoria alguna, así que no tuve más remedio que acompañarlos.
Caminamos durante días hasta llegar al río de la muerte, donde Caronte esperaba por un pasajero muy preciado por su diosa (yo). Bajo su responsabilidad se encontraba mi custodia, para ello le fue ofrecido un óbolo como pago, pues era inaceptable subirme a aquella barca siendo aún un humano.
Con valentía pero sabiendo el destino que me esperaba, subí a aquella barca rumbo a Yomotsu, para reunirme con aquella que deseaba mi presencia con ansias... Izanami, la diosa de la creación y de la muerte.
A mi arribo se encontraba ella sonriente y extendiéndome sus brazos me daba la bienvenida a la que de ahora en adelante se convertiría en mi morada.
Acarició sutilmente mi rostro y me dijo: "Por fin has llegado a mí, bebe de esta copa que contiene mi sangre y despójate de todo sentimiento benévolo y conviértete en quien en verdad eres y por quien tanto he esperado, mi amado Izanagui".
La felicidad terrenal no está hecha para ti cariño, susurraba mientras con un beso sellaba mi destino lentamente, deseando tenerme a su lado por la eternidad.
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